domingo, 14 de abril de 2013

Capítulo 4 "Recuerdos"



Piensas que todos ellos están en tu contra y que solo quieren privarte de tu libertad, pero cuando ya no les tienes piensas que ya nada tiene sentido.

Aún no había abierto los ojos cuando una dulce melodía empezó a llegar a mis oídos:
-Fais dodo, François mon p’tit frère
Fais dodo, t’auras du lolo
Maman est en haut
Qui fait des gâteaux
Fait dodo François mon p’tit frère
Fait dodo, t’auras du lolo
No me hizo falta mirar para saber que esa voz angelical era la de François, pero no podía resistirlo, pues era la única persona que hacía que cada día valiese la pena. Le miré y suspiré: estaba radiante. Llevaba  un polo verde oscuro que me recordaba mucho al bosque de al lado y unos pantalones vaqueros negros. Su sonrisa más blanca de lo habitual y preciosos ojos azules parecían casi brillar.
-Esa canción me la cantaba mi madre cuando era muy pequeño. En voz de una madre con su bebé en brazos suena aún más tierna –y se echó a mi lado.
Le miré y le abracé lo más fuerte que pude. Le necesitaba. Necesitaba a alguien a mi lado, a alguien que me quisiera, a alguien que me protegiese hasta el último momento.
Me dio un leve beso en el cuello, lo cual me provocó un escalofrío, pero uno de los de verdad:
-Eres un bloque de hielo, Fran –le dije separándome un poco.
Rió:
-No lo sabes tú bien… -miró el techo-. Por cierto, ¿cuál es tu color preferido?
Bostecé disimuladamente:
-Depende de para qué.
-Para pintar esta habitación
Le miré de cerca, ilusionada:
-¡Morado! –exclamé sentándome.
Metió la cabeza por debajo de la cama sin bajarse de ella, estiró los brazos y sacó dos botes de pintura, uno blanco y otro morado.
Sonreí:
-¿Cómo lo sabías?
-No lo sabía, solo que mañana me tocará devolver los otros nueve botes que compré.
Le puse mala cara:
-Exagerado... No eres más burro porque no eres más español…
Se limitó a sonreír. Se echó una mano al bolsillo de una camisa de la que no me había dado cuenta y sacó la foto de mi familia con las puntas un poco dobladas.
-La estabas aplastando mientras dormías.
La cogí con cuidado:
-Gracias… -la guardé en la cartera de mi padre.
Entonces, no sabía si por fruto de mi imaginación o porque fuese real, oí un gruñido. Me levanté de un salto sin recordar que llevaba los  pantalones desabrochados y me los sujeté. Miré a todos lados, alerta. De repente François aplaudió.
-Primera prueba de tu entrenamiento superada –dijo con cara de satisfacción.
-¿Qué? –dije acercándome a él lentamente, hecha una furia.
-Primera prueba de tu entrenamiento superada.
-¿Qué entrenamiento?
-¿Qué será de ti si en algún momento no estoy yo?
Otra vez, otra vez ese pinchazo en el corazón. Si ya se me hacía duro vivir sin mis padres, vivir sin François sería una auténtica pesadilla. Toda la sangre se me subió a las mejillas y le miré temblándome la boca.
-¡Eh! –se levantó y puso sus manos en mi cara-. Eso no va a ocurrir tan fácil. Soy un hueso duro de roer –pegó su nariz a la mía y me besó despacio. Lo necesitaba, necesitaba su cariño, su calor, aunque casi siempre estuviese helado. Me miró y me abrazó flojito-. Vamos a despejar todo esto y pintamos, ¿vale, enana?
En ese momento sentí otro pinchazo, pero no precisamente en el corazón.
-Vale… Pero… Quiero ir al baño… -dije poniendo cara de presión.
Durante unos segundos no supo reaccionar. Me miraba con incomprensión.
-¡Ah! Al final del pasillo, la última puerta antes de las escaleras que suben al segundo piso.
Y salí pitando. No aguantaba más. Llevaba sin visitar un baño desde el día anterior, y llegó a ser placentero. Aunque daba miedo. Estaba sucio, como si nadie hubiese entrado en décadas. La única luz que entraba era la solar, pues no había ni una lámpara ni una triste bombilla colgando del pecho. Fui a lavarme las manos y miré la grifería bien de cerca. Me acerqué y juraría que era…
-¡Oro! –gritó Celine desde la puerta con su sonrisita de superioridad colocada en los labios. La intenté ignorar y siguió intentando picarme-. Espero que no lo vendas al peso. Sería un gran problema para la higiene de esta casa.
Salí del baño procurando no prestarle atención. Cuando iba a entrar a la habitación me dijo:
-Tienes que ser un buen aperitivo para cualquiera de esta casa. Ándate con ojo –y subió al piso de arriba, totalmente a oscuras.
No lo entendía… Nunca entendía los mensajes en clave de ese par de hermanos.
Entré en la habitación y François estaba mirando por la ventana y con mi móvil en la mano, escuchando una canción que no recordaba. Presté atención unos segundos y recordé que era Not mean for me de Static-X, canción perteneciente a la BSO de La reina de los condenados. No era tonta. Sabía que se había percatado de mi presencia pero quería aparentar que no. Cuando terminó la siniestra melodía le dio al pause, se giró y me miró. Se acercó y me devolvió el móvil.
-Quiero ver esa película. He oído que está bastante bien –me dijo pegándome a él.
-Está bien si te gustan los vampiros, si no es un muermo –sonrío de forma particular y me besó en la cabeza-. Podemos verla cuando quieras. La tengo en… -“el disco duro”, pensé-. ¡Mierda!
Me cogió suavemente la cara y me la giró hasta hacerme mirar a un rincón donde había dos bultos envueltos en sábanas. Me fijé más y uno de los bultos estaba cubierto con la colcha de mi cama y el otro con la cubierta de mi sofá con todas las cosas que había empaquetado en mi casa.
-¿Decías? –y me acarició el pelo.
-Por eso me dejaste sola en el coche con Iván y volviste…
-No te podía volver a ver triste.
Sonreí y le di un piquito:
-Mil gracias.
-¿Sabes cómo me lo puedes compensar?
-¿Cómo?
Arrancó un trozo de papel de la pared, lo hizo una bola y me lo tiró a la cabeza.
-¡Eh! –se lo tiré y nos quedamos pasándonoslo unos minutos, riendo como críos, disfrutando.
Y así seguimos toda la mañana: trabajando y riendo. A llegar las dos y media de la tarde cogí aire y no me lo pude creer: habíamos quitado el papel de la pared, la habíamos alisado y pintado de manera muy irregular, a veces con manchas y a veces con rayas, pero al cabo era obra nuestra. Entonces, posó la palma de la mano izquierda en la superficie de la pintura y la estampó en la pared. Con el dedo índice cogió un poco de pintura y puso una “F” encima de su dedo índice. Sonreí e hice la misma operación pero con la mano derecha y junté y junté mi dedo pulgar con el suyo y dibujé una “B” encima de mi dedo índice.
-Juntos –susurré y le besé abalanzándome sobre él. Rió bajito y me lo siguió cerrando los ojos, absorto en mí y en llevarme el ritmo. Encogí la tripa muerta de hambre y me senté en el suelo-. Quiero una ducha.
-¿Quieres ducharte mientras te hago algo rico de comer? –me cogió en brazos y me volvió a besar.
Me depositó en la cama suavemente sin parar de besarme y puso sus dientes en mi cuello, pasando la punta de la lengua. Mi temperatura empezó a bajar y yo me empecé a sentir incómoda con esa situación. Me quedé totalmente quieta, asustada. Se levantó, tragó saliva y miró a través de la ventana, son la vista fija en el cielo. Negó para sí mismo y fue al bulto donde se encontraba mi ropa y eligió lo que ponerme después.
-Con esto irás bien. No te he cogido ropa interior por si… por si querías coger algo concreto –no sé si por la tensión o por alucinaciones, juraría que se había ruborizado.
Me mordí el labio algo nerviosa. Me levanté y elegía cualquier cosa.
Nunca había estado con alguien ni había estado interesada en tener una relación con alguien. Era vergonzosa para todo. Me gustaba el rollo que teníamos François y yo en ese momento, pero no sabía que pasaría en el caso de que él decidiese dar un paso adelante.
Le miré fijamente, embobada con su mirada, cogí la ropa y fui al baño.
-¡Espera! –corrió y me cogió del hombro. Me paré y le miré-. No hay agua caliente… -dijo con tono de disculpa.
-¡¿Qué!? –dije demasiado alto para mi gusto, pero me pilló de sopetón y bajé un poco la voz-. ¿Pretendes que me dé una pulmonía?
-No… -dijo cabizbajo-. Pero vinimos hace cuatro días y hemos estado de papeleos de aquí a allá y protegiéndote…
¿Cómo puedo ser a veces tan sumamente insensible?
-Ay… -lo abracé lo más fuerte que podía-. Perdona por ser tan brusca… Mira, esta semana que entra, los ratos que no intenten arrancarme la cabeza, limpiaremos y arreglaremos lo que podamos, y lo que no podamos llamaremos a un técnico. Yo… puedo pagar la mitad o… lo que me alcance.
-No te dejaré pagar nada –y zanjó el tema. Fue al buró y de allí sacó una toalla. Era suavecísima-. Feliz ducha –me besó en la oreja y bajó silbando.
François me encantaba. Era el único que en esos momentos me hacía reír y soñar. Cogí aire y me metí al baño. Dejé la ropa y la toalla con mucho cuidado encima del lavabo, en la zona que estaba menos sucia, y cerré con pestillo. Me metí en la ducha acongojadita viva. Abrí el grifo y cogí el mango, que también parecía de oro, y me mojé los pies. El agua me parecía hielo líquido. Cerré fuerte la mandíbula y me mojé entera. No grité, pero estuve a punto. Me dolía hasta partes de mi cuerpo que pensaba que no podían doler. Creo que esa ha sido la ducha más rápida de mi vida. Me vestí más rápida aún. Necesitaba mis capas de ropa para entrar en calor. Definitivamente este era el primer punto de la lista de reparaciones.
Recogí la ropa sucia, bajé a la cocina y allí estaba François, liado a hacer algo de comer con mucho queso. Me sonaron las tripas y busqué la lavadora. De repente se rió y me asustó.
-Bibi, esta casa tiene casi doscientos años. ¿Crees que mis antepasados tenían lavadoras?
-Cierto… -suspiré. ¿Iba a tener la ropa sin lavar semanas?-. En fin… ¿Y dónde la dejo?
-Fuera hay un cubo –me dijo mientras derretía queso con una hornilla bastante antigua-. ¿Me podrías hacer un favor mientras termino?
Salí al patio trasero, dejé la ropa en el supuesto cubo, donde solo estaba la ropa de François de los días anteriores y me metí.
-¿Qué favor?
Miró de forma extraña el queso y dijo:
-Haz una lista de electrodomésticos y cosas que deberíamos comprar. Todo los que creas que le daremos uso alguna vez.
-Pero… Yo no puedo aportar casi nada…
-¿Acaso he dicho que aportes? Me pones muy nervioso con el tema del dinero. Y no te preocupes, lo paga Iván.
-¿Le has visto hoy?
-Se fue muy temprano. Tenía negocios que resolver.
¿Negocios que resolver en domingo? ¿En qué podía trabajar?
Sacudí la cabeza, le abracé y le besé en la espalda.
-¿Lápiz y papel? –dije con una sonrisita en la cara.
-Al lado de donde se pone Celine con el ordenador portátil debe haber.
Le besé en la mejilla y fui dando brincos. Estaba súper feliz de tener a alguien que me quisiera y que me cuidase. En el salón había una pila de folios con un extraño símbolo arriba a la derecha, uno como este:

Me resultaba bastante curioso. Cogí un lápiz y un folio y empecé a pensar qué podía hacer falta. De todo, más o menos…  Con mi horrible letra empecé a confeccionar la lista, yendo por toda la casa.
Cocina
Frigorífico
Vitrocerámica
Horno
Lavavajillas
Fregadero
Lavadora
Secadora
Muebles nuevos

Salón
Televisor
Reproductor DVD
Reproductor Blue-Ray
Muebles nuevos (solo algunos)

Zonas comunes
30 bombillas de bajo consumo
Lámparas variadas
Enchufes

Baños comunes planta baja y 1er piso
Lámparas de oro viejo

Higiene de todos
6 juegos de toallas
4 cepillos de dientes
2 juegos de sábanas de 1,15x2

Y ya no sabía que más poner, puesto que no sabía cómo eran las camas de los Bourgois y no me había atrevido a entrar en las habitaciones que en las que no había entrado anteriormente.
En ese momento me encontraba a los pies de la escalera que subía al segundo piso. Miré a arriba y no había ni un ápice de luz. No podía más, me mataba la curiosidad. Empecé a subir muy despacio por estar casi a oscuras, con mucho cuidado y, cuando iba por la mitad de la escalera, oí el crujido de una puerta abriéndose. Bajé corriendo hasta pararme en medio del salón, jadeando y mirando a la escalera por si bajaba alguien.
-¡Bibi! –gritó François desde la cocina.
Y grité yo del susto por si era otra persona.
-Dime –susurré poniéndome la mano en el corazón.
Se relamió:
-Pon el mantel que hay al lado del ventanal extendido en la mesa.
-¡Sí! –me guardé la lista de la supe compra en el bolsillo de los pantalones y fui a por el mantelito. Lo extendí en la única mesa que había, fabricada para que comiesen por lo menos doce personas. Me recordaba muchísimo a la Santa Cena de Francisco Salzillo.
-Espero que te guste mucho el queso –y sacó una olla grande llena de queso derretido.
Iba a ir a la cocina a seguir sacando cosas cuando me cogió de la mano.
-¿Cuándo vas a entender que eres mi valiosa invitada? –dijo con una sensual voz y me olió el pelo.
Me iba a dar algo… Cuando se ponía así me daban ganas de dejar de ser tan buena y vulnerable. Llegaba al punto de excitarme.
Con un pie sacó una silla y me sentó.
-Tu aquí quietecita, mademoiselle.
Y así lo hice. Se marchó a paso ligero pero silencioso a la cocina. Miré todo el salón y sonreí. Amaba aquella casa de época. Miré la olla. Queso derretido… ¿A qué me sonaba? Y de repente me vino
-¿Lista para una…?
Fondue! –dije sin haberle oído.
Dejó un par de platos en la mesa y rompió a reír. Me encogí en la silla, muerta de vergüenza y se arrodilló a mi lado, sonriendo con su impoluta sonrisa.
-Nunca dejarás de sorprenderme, preciosa Bibiana.
-¡No me llames…! –entonces, con uno de sus rápidos movimientos, con una cucharilla, cogió queso, se lo metió en la boca y me besó. No paraba y yo no quería que parase. Le abracé, me levantó en peso cogiéndome del culo, se sentó en un sillón de una sola plaza y me sentó encima de él. Le miré jadeando y me sonreía. Pasó su mano por mi cuello y se la miró. Puso la cabeza en mi pecho y susurró:
-Eres tan frágil… Un corte… Un movimiento brusco en tu cuello y… ¡Crack! Muerta –cerró los ojos y puso la oreja en mi corazón.
-¿A qué viene eso? –al oír mi voz puso una mano en mi espalda y se apretó contra mí.
-¿Me dejarás enseñarte defensa personal? –dijo tanteando el cierre de mi sujetador.
Me ruboricé de manera exagerada y respondí titubeando:
-Cla… Claro…
Me miró:
-Te excito –no le respondí, pues se veía que era evidente-. Come, que ya son casi las cuatro de la tarde.
-¿Cómo lo sabes? –pregunté sorprendida.
-Por la posición del sol –señaló afuera.
-Guau… ¿Acaso fuiste boy scouts?
-No. Cuando en pleno diciembre se cortaban las comunicaciones en medio de los Alpes por culpa de las nevadas, la única forma  de saber la hora era mirar el sol, y no era muy agradable para la vista. Pronto llegaban los problemas de visión.
-A veces pareces de otra época…  Dices cosas que ahora serían incomprensibles.
-Un día te llevaré a mi antigua casa y lo comprenderás.
-Cuando quieras –le dije ilusionada.
-Cuando unos adolescentes no intenten mordernos el culo –me cogió como si fuese un saco de patatas y me sentó de nuevo en la silla. Cogió los dos platos y me los ofreció. Pinchitos con  verdura y carne. Cogí uno de carne y lo bañé en queso. Lo probé y estaba delicioso; quizá lo mejor que había probado en años. Se sentó a mi lado-. Mi madre me lo hacía desde que era muy pequeño –le miré mientras comía algo rápida-. La olla siempre reposaba en la chimenea y yo cogía todo el queso que podía. No fue solo una vez la que por avaricioso se me cayó la olla encima.
-¿No te quemabas? –le pregunté mientras cogía un pinchito de verdura.
-No, siempre iba cubierto con un par de mantas –dijo acurrucándose en su silla.
-¿Tu madre está en Francia? –dije jugueteando con los palos vacíos.
De repente se puso serio:
-Sí –dijo secamente, como si escupiese las palabras.
-¿No quiso venirse?
-La mataron hace un año –y se levantó a recoger todo lo que yo había usado.
Me quedé petrificada durante unos segundos y cuando me recuperé me levanté y le seguí.
-Discúlpame. No debería haber sacado el tema –se puso a lavarlo todo y me dio un plátano.
-El postre –sonrió.
Miré el plátano y susurré:
-Te pillo… -salí al jardín y me lo tomé despacio, saboreando.
Allí no existía el estrés o los malos rollos. Ojala me hubiese criado en un lugar así, lejos de la contaminación. Me sobresalté cuando alguien con las manos no muy frías me abrazó desde atrás. Giré la cabeza y ese chico que me había ayudado a mantenerme en pie todos estos días me sonreía. Por una vez no estaba tan helado. Me empezó a besar por la oreja, esbozando pequeñas sonrisas.
-Lo siento si he sido algo cortante, pero no suelo hablar de mi madre. Es un tema tabú para mí.
-No te disculpes. Ha sido mi culpa por sacar la conversación.
-No, mía por no haberte contado nada.
-No pretendo que me cuentes tu vida en dos días
-No podría ni aunque quisiera.
-¿Cómo? –pregunté alucinando.
Rió y me besó, acariciándome la tripa.
-Me desconciertas… Nunca consigo seguirte el hilo…
-Quizá pretendo que no me lo sigas –y me besó de nuevo, atrayéndome a él.
-Eres malo… Eres muy malo, François…
-Solo te protejo –de golpe me cogió en brazos, haciéndome gritar por su rapidez a la cual no conseguía acostumbrarme.
Me metió a casa y empezó a subirme despacio a mi cuarto, sin dejar de mirarme con una sonrisa de oreja  a oreja. ¿Acaso pretendía algo?
Entramos a mi habitación y me dejó en el suelo. Me miraba y no decía nada. ¿Qué narices me estaba perdiendo? Fue al bulto donde estaban las cosas que había recogido de mi cuarto de Santa Ana y empezó a buscar algo. Segundos después sacó mi bufanda del Real Murcia y la olió. Me quedé petrificada. Este chico hacía cosas muy raras… Se acercó a mí y me la puso como si fuese una corbata, con el escudo hacia fuera.
Me besó en la mejilla y le dije titubeando:
-¿A… A qué huele?
Sonrió de forma burlona:
-A nervios, a sufrimiento, a alegría, a cansancio, a amor y, por supuesto, a ti.
A medida que él hablaba más abría yo la boca, sorprendida. Cuando terminó me besó muy suavemente. Me encantaban esos besos.
-Oye, ¿dónde has dejado el ámbar? –me preguntó con tono curioso.
Buena pregunta. ¿Dónde…? Y al recordarlo empalidecí. Bajé corriendo a la parte trasera de la casa como si mi vida dependiese de ello. Sabía que François me seguía, pero no montaba tanto escándalo como yo. Quizá Celine tenía razón con eso de que tenía pisadas de elefante, pero mejor no decir eso en voz alta por si le daba una alegría.
Entré a toda prisa en el jardín trasero y rebusqué entre la ropa sucia, jadeando y de los nervios.
François se echó las manos a la cabeza, con cara de estar alucinando.
-¡No me lo puedo creer! ¡Te importa tan poco que lo has tirado con la ropa sucia!
-¡Ha sido sin querer! –encontré mis pantalones  de ayer y palpé en los bolsillos. Oh… Dios… -. No está…
-¡Estupendo! –gritó rabioso-. Ahora no tenemos ninguna pista de donde puede estar.
Entonces, esa sensación cálida volvió a mí. Cerré los ojos y noté que el cuerpo se me inclinaba hacia delante y que mis manos bajaban. Cogí algo duro, me erguí y oí un suspiro de alivio a mi lado. Abrí los ojos y ahí estaba: el ámbar por el que tanto nos habíamos asustado.
-Menos mal que no se lo habían llevado –dijo sonriendo.
Le miré ofendida:
-¿Acaso te importa más el ámbar que yo? –le pregunté indignada.
-¡No! Es solo que si se hubiese perdido o lo hubiesen robado, hubiesen venido a por ti después.
-¿Por qué?
-Porque solo tú eres capaz de usarlo. Capaz de notar esa calidez…
-¿Cómo sabes que la noto?
Miró al cielo.
-Van a ser pronto las cinco. Al final llegaremos tarde.
-Algún día me tienes que enseñar a hacer eso. Y me tienes que responder como sabes lo de la calidez.
-Cuando vayamos de camino al estadio –desconectó un momento de la Tierra y volvió-. ¿Qué te falta para poder irnos?
-Algo de abrigo y los abonos –dije pensando en el frío que nos esperaba.
Me cogió el ámbar y se lo guardó en uno de los bolsillos con cremallera que tenía en los vaqueros:
-Más vale que lo guarde yo. Ve a por tus cosas que voy a por dinero y a avisar a mi hermana.
-¿Dónde está? –pregunté metiéndome en la cocina.
-En el bosque haciendo guardia –respondió siguiéndome con paso alegre.
-Pobrecilla… -dije con un atisbo de pena en mi voz.
-¡Que va! Si ella disfruta. Le gusta estar rodeada de naturaleza y contemplar la vida que hay en el bosque…
-Ah… Que rara es Celine… -François me empujó para que fuese más rápida-. ¡Calma!
Rió y me besó cogiéndome de la cara.
-Discúlpeme, señorita, pero debería aligerar.
-¡Voy! –y subí rápida para que no me lo volviese a repetir.
Subí y una sombra procedente de mi habitación se reflejaba en el cuadro del antepasado de François. Me metí poco a poco y vi que era Celine, que observaba mis libros de Charlaine Harris. Ella sabía que yo estaba allí, pero no se movía lo más mínimo. Me ponía muy nerviosa que los Bourgois hiciesen eso. Me acerqué a la mesilla y de repente se giró y me agarró ambas muñecas. Me miró muy de cerca y fijamente. Mi cuerpo comenzó a contraerse y a helarse. Su mirada era hipnotizante. Y sus ojos mucho más preciosos que los míos. Dios… ¡Estaba teniendo envidia de Celine! Tiré de mis manos para liberarme pero era inútil; cuanto más tiraba yo, más cerraba sus manos sobre las mías.
-¿Por qué te gustan los libros de vampiros? –preguntó alojando un poco pero aún siendo su presa.
¿Qué? ¿Ahora le tenía que dar explicaciones a la pedante de Celine sobre por qué me gustaba el vampirismo?
-No es de tu incumbencia –y tiré de nuevo pero no conseguía nada.
-¡Oh! Puede que no, pero soy muy curiosa, y no te imaginas hasta que punto.
Me estaba amenazando…
Mi móvil comenzó a sonar y por la melodía supe que era Espe.
-¡Suelta! –grité ya muy cabreada.
Y soltó, razonablemente por su parte. Contesté la llamada apuradamente.
-¡Dime! –elevé un poco la voz sin querer.
-¿Estás bien, tía?
-Sí... –dije cogiendo una bandolera de piel que había entre mis cosas y metiendo la cartera de mi padre y mi DNI-. Solo que me apetece pisar alguna cucaracha molesta.
-¡Qué asco! –dijo no muy alto. Se oía el murmullo de gente  hablando de resultados deportivos y por algún lado salió el nombre del nuevo entrenador del Real Murcia-. ¿Habéis comprado pipas?
-¿Pipas? –repetí estúpidamente. La verdad es que no había tenido tiempo de pensar en ello-. No… Cómprame un paquete con kikos y te lo pago después.
-Te lo voy a recordar hasta que tenga la pasta en la mano. Por cierto, me llamó anoche Gerard diciendo que había luz en tu casa.
-Vaya... –mierda. Entonces sí que nos habían visto. Levanté la vista y François me miraba con cara de pocos amigos. Instintivamente tragué saliva-. Espe, voy a salir ya para el estadio. Hablamos después. ¡Hasta ahora! –y colgué.
Durante unos muy largos segundos me miró con frialdad, hasta que por fin suspiró y puso los ojos en blanco.
-Al final has hecho que vaya a delinquir.
-¿Por qué dices eso? –le pregunté en un susurro.
-Porque nos vamos en coche –le hizo una señal a Celine para que bajase antes que nosotros.
-¿Y eso qué más da? –Celine bajó en silencio, y juraría que algo intimidada por su hermano.
-Porque voy a tener que conducir yo –de su chaqueta de pana marrón sacó un llavero con el símbolo de Audi del cual colgaba una lleve finita de coche.
-¿Pero tú no tienes quince años? –cogí mi chaqueta de piel y me la puse.
Sonrió y se dio una vuelta sobre mí mismo, luciéndose.
-¿Y no aparento dieciocho? –sonreí ampliamente y le afirmé-. Anda, vamos que al final llegaremos con el partido comenzado –y con su ya tan normal rapidez, me cogió en brazos como si fuese una pluma y me bajó al recibidor. Allí apoyó mi espalda en la pared y me besó despacio, esbozando pequeñas sonrisas.
Cuanto más le miraba, más loca me volvía. Había momentos en los que me hacía pensar que no era humano... Me acarició la mejilla y puso mi cabeza en su hombro, con mucha delicadeza. Aunque estaba durito, cerré los ojos, intentando acomodarme en mi rígido colchón. Noté que salíamos a la calle y me acurruqué. Abrí los ojos y comprobé que nos encontrábamos en la parte trasera de la casa.
-Esto... Tengo que sacar el coche...
-Nu... –me di cuenta de mi reacción infantil y me bajé-. Perdona...
-¿Acaso me he quejado? –me besó en la frente y abrió manualmente un garaje con la puerta de madera. La enganchó con una cuerda  y se metió al oscuro garaje.
¿Qué tipo de Audi podía tener un menor de edad recién llegado a Murcia? Y mis pensamientos fueron interrumpidos por el grave sonido de un motor. En una décima de segundo un precioso Audi R8 color negro salió del garaje, rugiendo por su ansiada libertad. Sabía que estaba con la boca abierta, pero no era capaz de cerrarla. Era una maravilla de coche que iba de maravilla con su conductor. Se bajó, me cogió de la mandíbula inferior y me besó entre risas.
-Sube, que tengo que cerrarlo todo –y me dio un pico.
Salí corriendo y me metí en el coche. Al menos este no tenía tapicería de terciopelo rojo, sino de cuero negro. Era más cómodo que el coche de Iván. Miré afuera y unos arbustos se movieron de su sitio, dejando visible un camino más o menos transitable. Me restregué los ojos aún sin creérmelo. ¿Cuántos más mecanismos secretos tenía aquella mansión? No podía ni imaginarlo. Aquel lugar era mágico y me estaba contagiando su magia.
François entró rápido e hizo que aquella bestia comenzase a circular. Su rostro había adquirido cinco años más en apenas unos minutos. Me sentía pequeñita a su lado. El coche parecía flotar sobre el terreno. Era agradable esa sensación de sentirme segura. François tenía la vista fija en la carretera y al parecer nada podía distraerle. Al darse cuenta de que le miraba sonrió y empezó a trastear la radio, hasta que por fin dio con una canción que parecía gustarnos a los dos. Después de escucharla unos cuantos segundos Reconocía que era Sweestest Goodbye, de Maroon 5. Hacía años que no la escuchaba y me encantaba volver a recordar la preciosa letra cantada por Adam Levine. Preciosa letra de una preciosa canción interpretada por la preciosa voz de un precioso hombre. Era conjunto explosivo.
Cuando terminó la canción me puse seria y le miré:
-¿Cómo sabes lo de la calidez del ámbar?
Aceleró más aún y sonrió con cierto aire de nostalgia:
-Un antepasado mío era el antiguo portador. Hace unos diez años encontré su diario y me lo leí de cabo a rabo. Era bello saber las sensaciones que le producía el ámbar. Y por lo que supe fue una gran persona. Mi madre la quería mucho.
-¿Quién era? –dije relajada y le acaricié la mano que tenía en la palanca de cambios.
-Mi bisabuela –o sea, la abuela de su madre…
Dejé de hablar. No sabía cómo estaban ahora mis abuelos al saber que sus hijos habían muerto o si se habían enterado. Quizá mis tíos se lo habían ocultado para que no sufrieran. Entonces tiró de mí suavemente para pudiera ceder el cinturón, subió el volumen a la radio, me empezó a acaricio la mejilla y empezó a silbar el principio de una canción con tonillo flamenco que me sonaba muchísimo. De repente, al unísono con Pablo Alborán, empezó a cantar:
-Besa, besa, besa, besa, besa, besa… Con un toque de ternura… Y roza mis labios con dulzura y me derrito en su boca y sus ojillos me miran… Me vuelvo loco por ella…
Caramelo… Era Caramelo de Pablo Alborán. Paró de cantar y volvió a bajar el volumen hasta convertirse en música de ambiente. Dios... Su mirada echaba fuego y a mí me estaba derritiendo…
Me cogió en sus brazos y fue frenando progresivamente.
-¿A qué velocidad íbamos?-miré el cuentakilómetros y en eso momento íbamos a ciento veinte kilómetros por hora.
-A ciento noventa. Mira –señaló al frente, me senté y vi que ya estábamos en las cercanías del estadio. Se metió al parking sin que yo le dijese nada-. ¿Dónde aparco?
-Plaza sesenta y tres –fui indicándole mientras me obedecía ejerciendo un control impresionante del Audi. ¿Desde cuándo sabría conducir? En tres maniobras ya había metido el coche en la plaza de mi padre. Apagó el motor y mi cabeza se relajó. Era placentero el silencio. Me miró y me soltó el cinturón de seguridad con cuidado. Su rostro en esos momentos era angelical. Cogió mi mano y la besó.
-¿No tenías que ir a recoger la entrada de tu amiga?
-¡Sí! –le besé en la mejilla y le besé apurada. ¿Qué hora sería ya? Iba a llegar tarde... Tardísimo... Fui corriendo a las taquillas y había mucha cola. ¿Con quién jugábamos? No había tenido tiempo de consultarlo. Al final François tenía razón y llegaríamos con el partido comenzado. ¡Mierda! Empecé a hacer cola y el chico de la taquilla me chistó.
A pesar de las malas caras de muchos aficionados, me adelanté hasta la ventanilla de la taquilla.
-¿Me decías a mí? –pregunté con precaución.
El chico debía de tener un par de años más que yo. Su cara llena de granitos lo revelaba todo.
-¿Tú eres Bibi? –cuernos. Ya me estaba haciendo famosa...
-Sí. ¿De qué me conoces?
-De nada, pero Antonio Luis me ha dado esto para ti –de debajo de la ventanilla sacó un sobre con mi nombre entero (lo odio) y mi primer apellido-. Dijo que si veía a una pelirroja de ojos verdes y bufanda anudada como si fuera una corbata que se lo diera.
Antonio Luis era el directivo amigo de mi padre que nos daba las entradas. Me conocía desde que era una renacuaja de cinco años y siempre me hablaba súper dulce.
Volví a la realidad y le sonreí.
-Gracias y hasta otra.
-Ojala sea pronto, bombón.
Me quedé de piedra y un escalofrío me recorrió la espalda. El chico de la taquilla se puso serio y firme. Una mano se colocó en mi cintura y me atrajo hacia él. Miré a François y miraba fijamente al de la taquilla. O me estaba volviendo loca o sus ojos estaban más oscuros de lo normal. Me estaba asustando. Podría atacarle en cualquier momento y armarse una buena. Pero en vez de eso soltó todo el aire de sus pulmones y dijo:
-Cuida tu lenguaje o la próxima vez que digas algo grosero o algo que alguien no quiere oír de tu boca acabarás tirado en una cuneta con la cabeza abierta.
El chico empalideció y solo fue capaz de titubear:
-Dis... Discúlpenme, señores... ¡Siguiente! –gritó ansioso por que nos fuésemos de ahí.
François me acarició la cadera y me hizo un gesto para que caminase. Lo hice de forma autómata, con miedo de que la pagase conmigo esta vez. Me besó en el pelo y me sonrió.
-Vamos, anima esa carita. Ya verás como ganamos.
-Pues no sé ni con quien jugamos...
Entonces, unos hinchas del Real Murcia empezaron a gritar a coro:
-¡Elche y Herculés, la misma mierda es![1]
Tuve que reírme. Los rivales se habían reducido solo a dos. Aunque si destapaba el sobre tendría la respuesta. Así que lo hice lentamente y cogí la entrada sin mirar a nuestro rival.
-And the winner is... –saqué la entrada del todo y la miré-. Hércules de Alicante.
François miró por encima la entrada.
-Espero que el encuentro se resuelva con un resultado favorable.
Le miré levantando una ceja.
-No hables tan raro. Simplemente di “ganaremos”.
-Me gusta mi forma de hablar.
Y a mí, pero muy... Es una mezcla entre lenguaje de extranjero y de señor mayor. Quiero que seas como uno más.
-Lo seré si así lo quieres.
Sonreí satisfecha.
-Oye, ¿Celine ha venido?
-Sí, también está en la puerta dieciséis.
Aceleré. Estaba ansiosa por ver a Espe. La necesitaba. Necesitaba uno de sus cálidos abrazos y que me hiciese reír como ella solo sabía. Era el pilar que siempre me sujetaba. Y después de mis breves momentos de nostalgia oí como gritaban mi nombre. No me hizo falta levantar la cabeza para saber que era mi pequeña amiga. Vino corriendo y me abrazó fuertemente, tanto que acabé tosiendo.
-¡Espe! ¡Para que me asfixias!
Se separó un poco y me miró seria.
-Siento lo de tus padres...
En todo el día me había dolido el corazón pero ella lo había conseguido. No se lo podía echar en cara. Era mi mejor amiga y casi una hermana para mí, una hermana con sus pequeños defectos y sus grandes virtudes.
-No pasa nada, Espe. Estoy bien. Pero prefiero que no saques el tema. Estoy mejor así.
-Lo que tú digas –y me arrebató el sobre-. Mía.
-Toda tuya. No me ataques.
-¿Vamos, señoritas?
Hasta ese momento no me había acordado de François. Estaba esperándonos pacientemente mientras se producía el reencuentro entre nosotras dos. Espe dio un paso hacia atrás y lo observó de cuerpo entero. Él sonrió divertido. Que presumido era... Cuando no estábamos en el instituto le gustaba ser el centro de atención. O contentar a la gente que no pretendía hacerle ningún mal.
-Disculpa si trunco este momento, pero faltan escasos diez minutos para que empiece el partido y me gustaría acomodarme en mi asiento.
-Claro, lo que el señor desee.
Miré a François con cara de “te lo dije”. Rió y nos empujó suavemente hacia la puerta. Cuando llegamos Celine estaba apoyada en el muro.
Dios... Fuera lo que fuese lo que se pusiese, estaba tremenda: llevaba unos pantalones negros que se les ajustaban de maravilla, las botas también negras le llegaban casi a las rodillas y una chaqueta de cuero. ¿Adivináis de qué color? Negra. Me miraba de forma extraña, pero por una vez no lo hacía de forma tan dura. Podía incluso aguantarle la mirada. Eso era un progreso entre nosotras. Se acercó a nosotros y me preguntó:
-¿Te fue bien el viaje? -¿Perdón? ¿Me estaba perdiendo algo?
-Bien... Fue bien y corto –no conseguía que me saliese algo coherente de mi boca sin parecer tonta.
-Me alegro –dijo de manera tajante. Esa era la Celine que yo conocía.
Suspiré. Eso era lo que me esperaba a partir de ahora. Aguantar a alguien que no soportaba. Ya me las apañaría para que las cosas mejorasen. Saqué la cartera de mi padre y de ella los abonos: el de mi hermano se lo di a Celine y el de mi padre a François. Me sentía muy rara. Era la primera vez que iba al estadio sin nadie de mi familia.
-Gracias –dijo Celine yendo hacia los tornos. ¿Y si algún tío mío había dado de baja los abonos? Pero consiguió entrar sin problemas. François la siguió pero tuvo problemas. ¿Qué estaba haciendo? Uno de los encargados se le quedó mirando. Espe pasó por el torno de al lado, le puso el carné de forma correcta y pitó la máquina. Aleluya... Que susto me había dado... Pasé por detrás de él y algo parecido a un escalofrío me recorrió la nuca. François y yo nos miramos al mismo tiempo y asintió levemente. Me dio el carné de mi padre e hizo un gesto a Celine para que hiciese lo mismo. Me lo dio y guardé los tres abonos, todo muy lento. Algo o alguien nos estaba observando. Probablemente para atacarnos o robarnos el ámbar.
-¡Bibiiiii! –gritó Espe cerca de mí.
-¡Dios! ¡No grites! ¿Qué pasa?
-Vuelve al mundo real. ¿En qué piensas?
-Tengo muchas cosas en la cabeza...
-No te preocupes, viéndole un rato el marcado culo a Javi[2] se te pasan todos los males.
Reí con inocencia. Hacía que todos mis quebraderos de cabeza desapareciesen con sus disparatados comentarios.
Le cogí de la mano a François y le indiqué con la cabeza que fuésemos al vomitorio veintinueve. Me encantaba su fría mano y que hiciese contraste con lo cálida que era yo. Cuando llegamos a la parte de arriba me soltó por lo concurrido que estaba y me dejó paso para que bajase yo antes. Se notaba que el rival era cercano. El partido al menos iba a estar animado. La esquina que conectaba Fondo Norte con Grada Lateral estaba completamente azul entre banderas, bufandas y camisetas. Que gusto ver así el estadio y no vacío con cuatro gatos que encima se meten con el pobre Javi. Bajé despacio las escaleras. Mi fila era la quinta. Fui despacio intentando no pasarme. Octava, séptima, sexta y... Me paré en seco. Miré a Espe y se encogió de hombros. Normalmente en el asiento que daba a la escalera había un hombre mayor con una gorra antigua del club, pero esta vez había un chico de unos veinticinco años con una chaqueta larga que se hacía aún más larga por detrás. Su cara estaba inmaculada, sin rastro de haber pasado la pubertad. Era más moreno que nosotros, como si no fuese de aquí, como un recién llegado al país. Su pelo era de lo más peculiar: rubio por los hombros y con las puntas azules. ¿Acaso era un aficionado del Hércules?  Cuando se percató de que le estaba mirando se levantó para dejarme paso y me miró directamente a los ojos: eran de un azul gatuno increíble, tanto que asustaba. Cogí aire y caminé algo confusa a mi asiento. François y su hermana se sentaron en los asientos correctos y Espe a mi lado.
De vez en cuando miraba al desconocido de ojos azules pero él solo miraba el terreno de juego, con cara de distraído. Espe me dio un golpecito en la pierna y me dijo:
-¿Te gusta?
-¿Eh? No, para nada... –suspiré y le eché un último vistazo. Algo de él me era familiar o hacía que lo pareciese.
Opté por mirar yo también al campo y esperar. Empecé a echar de menos a mi padre. Me reconfortaba tenerle cerca y que me demostrase lo mucho que me quería. Entonces la speaker habló, recordándonos la jornada en la que nos encontrábamos y las alineaciones. Cada vez que nombraba a un jugador del Real Murcia en mi interior gritaba “¡bien!”. Jamás me había contenido a decirlo en voz alta, pero no quería dar una mala impresión a mis nuevos compañeros de fila. Entonces los jugadores saltaron al césped con más garra que nunca. Se notaba a la legua que aquello era un derbi, pues lo ánimos estaban muy caldeados. Menos mal que las aficiones estaban separadas, sino se podía montar una buena tanga. En la primera parte el equipo local se situó en nuestra zona. Bien, así podía admirar el culo de Javi... ¡Mierda! ¡Ya se me había pegado eso de Espe! Odiosa enana... La miré y sonreía como una tonta. Seguí la dirección de sus ojos y vi que contemplaba a Fer, que acababa de salir del túnel de vestuarios. Dejó unas cuantas toallas en el banquillo, cogió un par de botellas de agua y nos miró. Espe empezó a apretarme la pierna al ver que se acercaba.
-Que viene, que viene... –dijo bajito, haciéndome un poco de daño.
No pude aguantar... Tenía que soltarlo...
-Chu, chu –y me reí. Era muy cómica la situación hasta que me empezó a dar pellizcos en las piernas-. Au... Afloja... –y menos mal que lo hizo...
Cuando Fer llegó a donde estábamos soltó del todo. Dejó las botellas de agua al lado de la portería y miró a Espe sonriendo. Si no tenían algo escondido que se me escapaba, había mucha química entre los dos. Desde el césped, se pudo debajo de las escaleras y le hizo un gesto a mi amiga para que fuese. Antes de que se levantara, el desconocido de ojos azules de levantó para dejarla pasar. Nos estaba observando...
El pitido del árbitro marcó el inicio del encuentro. Suspiré, puse la cabeza en el hombro de François y le susurré:
-El tipo de la esquina... Es muy raro...
-Creo que más de lo que nos imaginamos –me acarició la cara y entorné los ojos, relajada.
-¿Pretende hacernos algo? –dije con un cierto tono de preocupación en mi voz.
-Aún lo estoy estudiando. Pero no te preocupes, estando yo aquí no te ocurrirá nada.
Le miré son la sonrisa iluminada:
-Gracias, de veras.
No dijo nada más, me besó en el pelo y se puso a ver el partido. Parecía un chico tan normal... Después de todo lo que le había visto hacer parecía un chaval cualquiera... Cuando Espe volvió no me dijo nada. Quizá había visto que estaba tranquila y no quería molestarme. Yo tampoco le dije nada. Necesitaba estos momentos con la persona  que me estaba cuidando.
El partido se estaba volviendo muy aburrido. Había ocasiones para los dos equipos, pero ninguna concluía en gol. Era desesperante. Si no metíamos un duro hachazo pronto, serían ellos los que nos lo pegarían a nosotros. Espe apoyó su cabeza en mi hombro y habló bajito:
-He quedado esta noche con Fer...
Sonreí mirando el partido:
-Me alegro muchísimo. No vuelvas preñada ehh...
-¡Guarra! –y me pegó de broma.
François nos miraba de forma extraña, sonriendo como nunca lo hacía. Vaya... Estaba verdaderamente feliz... Entonces se puso serio y miró a todos lados. Empecé a notar esa sensación yo también. Era densa y oscura... Erala misma que cuando estaba en el bosque y estaba rodeada de los lobos. Me estaba agobiando mucho en aquel huequecito. François me dio la mano y noté el ámbar. Un subidón de energía llenó mi cuerpo. Sí, eso era lo que necesitaba...
-Bibi, cierra los ojos y concéntrate. Solo tú puedes saber donde está –me dijo François con una fe ciega en mí. Confiaba en mí... Eso me hacía sentir más poderosa.
Cerré los ojos y respiré hondo. Percibía como una vibración. Esta vez estaba siendo distinto: no era cálida la sensación, sino nerviosa e inquieta, probablemente a que no estaba usando mi... algo, mi poder, para buscar el ámbar, más bien a un enemigo. Poco a poco fui girando la cabeza, intentando encontrar el punto exacto donde la vibración sería más intensa. Me estaba empezando a doler mucho la cabeza. Aquel esfuerzo no lo había hecho nunca antes y era horrible. Seguí buscando hasta que al final encontré el punto exacto. Pero justo cuando abrí los ojos Espe gritó cerca de mí.
-¡Fer! ¡No! –dijo a punto de echarse a llorar.
Estaba muy confusa para comprender la situación, pero me di cuenta de que estaba mirando al banquillo de los utilleros. Tuve que taparme la boca de la impresión. Alguien ataviado con una túnica negra con la capucha puesta había roto la mampara que recubría los asientos y había agarrado del cuello a Fer. Acto seguido tiró de él, arrastrándolo por las afiladas puntas del agujero que había hecho para agarrarlo, y lo sacó por detrás. Desde mi posición no pude ver la gravedad de las heridas que le había producido, pero Fer no se defendía. Le había pillado tan de sorpresa como a nosotros. Había encontrado al enemigo pero no podía hacer nada. Me sentía muy inútil...
-Es él –me dijo François.
-¿Y qué hago yo? –dije nerviosa, casi gritando.
-Nada, yo me encargo de esto. Lo principal ahora es que no pille a nadie –se  guardó de nuevo el ámbar, saltó a la fila de arriba que estaba despejada y fue hacia las escaleras, pero al llegar el tipo encapuchado le arrancó la ropa que llevaba Fer de cintura para arriba y le clavó algo parecido a unas garras. Maldita sea... Si era un licántropo eran sus propias garras...
Onésimo Sánchez, entrenador del Real Murcia, se giró indignado en una de las jugadas y se quedó blanco al ver la escena de Fer y nuestro desgarbado enemigo. Salió corriendo hacia el cuarto árbitro y lo zarandeó obligándole a que mirase. El cuarto árbitro le dijo algo al árbitro por el pinganillo y este último paró el partido, señalando la grotesca escena. Muchos jugadores del Real Murcia se echaron a llorar mientras que otros gritaban, ya que Fer llevaba unos diez años en el club y era conocido por la mayoría. El estadio entero se calló, excepto algunas personas que no pudieron reprimir insultos al tipo encapuchado, deseándole lo peor. El tipo de la túnica  metió aún más las garras en las entrañas de Fer y lo levantó en peso. Fer ya no respondía. François bajó la cabeza, lleno de rabia. Sabía que no estaba dolido, ya que no había tenido la oportunidad de conocerlo. La Policía se dio cuenta de todo y se levantaron, pistolas en mano. A la señal del que parecía el superior de todos ellos, habría unos diez, no lo veía bien desde mi sitio, empezaron a disparar a la bestia sin que esta se lo esperase, aunque el efecto fue todo el contrario: en vez de producirle algún daño, lo único que consiguieron fue que se enfadase más aún y que les lanzase el cuerpo inerte de Fer. Su fuera era tan sobrehumana... Miró a François y empezó a acercarse lentamente a él. François por su parte cogió carrerilla y saltó al césped. El estadio se estaba convirtiendo en un hervidero: la gente solo gritaba y se empujaba para salir de ahí. Esto iba a acabar con más heridos de los esperados...
-¡Celine! –gritó François con mil ojos en el licántropo. Ella le miró atentamente-. ¡Saca de aquí a Espe y a Bibi y llévalas a un lugar seguro!
Sin darnos tiempo a reaccionar, Celine tiró de nosotras, pero Espe aún estaba atenta a un posible movimiento de Fer; ella no se rendía... Y yo no podía moverme del estadio sin François. No podía dejarle solo... Mi cuerpo se puso alerta pero antes de que pudiese observar por qué alguien desde la fila de arriba me cogió por los hombros, tiró de mí y me echó a su espalda. No me hizo falta verle la cara, pues su capucha me decía mucho. Me decía que me estaba metiendo en un lío... Empecé a darle patadas, intentando darle en la entrepierna. Vale, había visto muchas películas, pero siempre funcionaba. No conseguí acertar. Corría demasiado y me llevaba de cualquier manera. Me estaba mareando. Eché la cabeza para atrás, notando que me iba a desmayar, pero antes de perder las fuerzas vi al alguien con una impoluta sonrisa cogerme de la cintura y darle una patada en la espinilla a mi raptor, haciendo que perdiese el equilibrio y cayese de boca. Cerré un momento los ojos, intentando recuperarme, pero al abrirlos se me heló la sangre: era el rubio de puntas azules y ojos azules gatunos que se había sentado al lado de la escalera. Al ver mi cara de asombro o quizá de susto, sonrió para que me calmase. Él también corría pero lo hacía de manera elegante y armoniosa. Hacía que me sintiese cómoda en sus brazos y hacía que aquello pareciese un paseo más que una persecución. Salimos fuera del estadio, pero en vez de ir al parking de los coches, fue al de las motos. Me bajó de su espalda, rebuscó en su preciosa chaqueta de cola y sacó un llavero con el escudo de BMW. No paraba de vigilar para que no saliesen más licántropos del estadio. Esto se estaba volviendo una auténtica pesadilla de la que quería despertarme ya. Cogió una de las llaves, abrió el asiento, sacó un casco y me lo dio. Lo cogí, confusa, y le miré mientras bajaba el asiento, abría la maleta y sacaba otro casco. Al darme cuenta de sus intenciones di un paso hacia atrás y negué.
-Yo... no sé nada de ti... No puedo irme así por las buenas...
Tomó iré y volvió a sonreír.
-¿Prefieres que te cojan de nuevo? –Dios... Tenía una voz súper dulce. Echó otro vistazo a las puertas del estadio y me miró-. Ya vuelven. Por favor, dame una oportunidad. Confía en mí.
Negué con la cabeza y suspiré.
-Tengo que estar loca... –me lo puse y le miré decidida.
-Buena chica –me cogió en peso y me subió a la moto. Era bastante fuerte a pesar de estar muy marcado. Se subió, arrancó la moto con un grácil movimiento y salimos a toda velocidad fuera del parking. No pude reprimirme de gritar. Me agarré a él, asustada. Jamás había montado en moto, no me gustaba y menos con un desconocido. Puse la cara contra su espalda, nerviosa. Me cogió la mano y oí en mi cabeza:
-Estate tranquila. No haré ninguna locura mientras conduzca y estés tú montada.
Miré a todos lados, alucinando. Maldita sea, me estaba volviendo loca...
-Pequeña, los cascos están conectados por Bluetooth. Cada uno tiene incorporados un micro y dos pequeños altavoces a la altura de tus orejas. Es más cómodo para comunicarse en viajes largos.
Parecía inteligente y que le gustasen las cosas modernas. Salimos de las inmediaciones del estadio y nos metimos por un camino totalmente oscuro, que normalmente estaba cerrado al paso, y que en esta ocasión lo estaba, pero entre barrera y barrera cabía una moto. Durante unos segundos miró los botones de la moto y puso las largas. Algo hizo que se me helase la nuca y acto seguido unas luces desde atrás nos fueron alcanzando. Miré para atrás y eran de nuevo los encapuchados, aunque no lo iban; habían sido inteligentes y se habían puesto casco. Miré hacia delante y me volví a abrazar al desconocido de ojos azules.
-Pequeña –oí que me decía casi a susurros-, si queremos librarnos de ellos vasa tener que hacer algo por mí.
Me separé un poco y cogí aire, relajando el cuerpo.
-Haré lo que sea –dije segura de mí misma.
-¡Eso es! –escuché que decía entusiasmado-. Escucha atentamente: voy a reducir velocidad para luego frenar en seco. No he echado la llave a la maleta, estás abierta. Quiero que cuando yo te avise tires tres bolas que hay dentro. Te advierto que una de ellas pesa más de lo normal. Ten cuidado de que no se rompa ninguna. ¿Podrás?
Me estaba poniendo nerviosa. Debía tener cuidado para no caerme de la moto cuando frenase. Dios, sería mi perdición si pasaba. Resoplé y saqué fuerzas de donde no las tenía.
-¡Sí! ¡Vamos! –grité excitada por la idea.
-¡Prepárate, voy a reducir!
Rápidamente, me solté de él, me giré y me agarré a la maleta. Rebusqué en la maleta y palpé las tres bolas. Por el tacto parecían de metal, de uno muy fino, ya que podía doblarlo con mis propios dedos. Sacudí la cabeza y pensé que era mejor dejarse de jueguecitos por si eso explotaba o algo. Las cogí y la pesada debía contener un kilo o un litro de algo y las ligeras parecían casi vacías. Me preparé para tirarlas. ¿Qué narices contendrían?
-¡Ahora! –gritó y frenando a la vez.
Entonces tiré las bolas y una nube de gas se levantó detrás de nosotros. Aceleró de nuevo, saliendo disparados carretera abajo. Esa zona no la conocía, así que no sabía a dónde me llevaría. Suspiré aún agarrada a la maleta, con un rápido movimiento me volví a sentar mirando hacia delante y abracé al piloto desconocido, poniendo la cabeza en su espalda. Me relajaba su presencia, era tan cálido y tan bueno conmigo... ¿Por qué me había salvado?
Pasados unos minutos y no sé cuantos metros o kilómetros, fue frenando progresivamente y se metió casi en parado en el bosque. Cuando la moto se detuvo apagó el motor, echó el caballete y se quedó quieto. No soportaba la oscuridad y mucho menos en un lugar que no me era familiar.
El rubio de puntas azules se bajo de la moto de un salto y se quitó el casco, dejándolo colgado del manillar. Solo podía ver su contorno. Poco a poco el miedo se estaba apoderando de mí. Hasta ese momento se había comportado genial conmigo, pero no podía adivinar sus intenciones. Sin que me lo esperase, me tendió los brazos.
-Vamos, el resto del camino deber ser a pie. Si quieres podemos encender el faro de la moto si así te sientes más segura –dijo dulcemente y sin elevar la voz.
Le afirmé. Podía parecer una locura, pero juraría que me leía la mente. Sonreí, me quité el casco dejándolo colgado del otro manillar, me abracé a su cuello, poco a poco fue tirando de mía hasta bajarme de la moto y finalmente dejarme en el suelo. Mientras seguí abrazada a él noté como su calidez me traspasaba y me relajaba. Eras muchísimo más cálido que François... ¡Mierda! ¡Me había olvidado por completo de él! Me solté rápida de mi salvador y retrocedí.
-Yo... quiero ir a casa... –dije a punto de echar a correr.
Palpó los comandos de la moto y encendió todas las luces que pudo. Por fin pude verle la cara y comprobar que me sonreía. Probablemente me estuviese equivocando y no quería hacerme daño.
-¿Dónde crees que vamos? Tu amigo tiene que estar preocupado.
Definitivamente me leía la mente, aunque preferí comprobarlo por mí misma. Le miré sonriendo, entorné los ojos y pensé:
-¿Vamos a casa de François?
Sonrió y rió muy bajito.
-Sí. Cuando te miro comprendo tantas cosas... Veo tanto dolor y a la vez tanto misterio reflejado en tu alma... –dijo mirando un poco a la nada. Cogió la moto, le quitó el caballete y caminó bosque adentro.
Después de intentar comprender todo lo que me había dicho, me apresuré  y corrí a su lado. Lo que menos me apetecía era quedarme sola y que me pasase algo.
De pie se le veía más alto que yo, quizá unos diez o quince centímetros. A pesar de haber llevado el casco seguía con el pelo igual de liso y bonito que antes. Parecía un ángel...
Después de pensar aquello rió bajito. Maldición. Debía controlar lo que pensaba.
-Un ángel... Hace siglos que nadie me dice algo tan bello. Debería haber sido bueno en su momento. Tranquila. No te haré daño. Aprendí de mis errores y ahora solo quiero ayudar.
Caminé sin pensar en nada, pero se volvía muy costoso.
-¿Me puedes leer la mente siempre? –le pregunté mirándole a los ojos y teniendo cuidado de no tropezar con una piedra o una rama.
-Siempre que quiera o lo crea necesario.
-¿Por qué lo haces ahora? –dije muy curiosa.
-Porque no quiero que te lleves una impresión equivocada conmigo. Quiero que confíes en mí igual que lo haces con tu curioso amigo.
-¿François? –le pregunté. Me afirmó y tuvo que dar un pequeño rodeo porque había una roca demasiado grande-. ¿Y se la puedes leer a todos o solo a mí?
Avanzamos unos pocos metros en un silencio sobrecogedor. ¿Había dicho algo malo?
-A casi todos –respondió finalmente.
Había tocado alguna vena sensible sin querer. Este tipo era igual de extraño o más que François. Ambos eran reservados, no contaban nada de su vida personal. Aunque aún mi desconocido era algo más humano y alegre.
-¿Cómo te llamas?
Miró al cielo con gesto de haberse acordado de algo importante y apoyó la moto en un árbol. Extendió su mano derecha, cogió la mía y la besó.
-Ha sido un gesto muy descortés por mi parte no haberme presentado. Mi nombre es Castle, Michael Castle.
Le miraba intentando no abrir demasiado la boca debido a mi asombro. Era un encanto de persona. Tragué saliva y le respondía despacio:
-Bibiana Nicolás, aunque todos me llaman Bibi. Lo prefiero.
-Tu nombre es bonito tanto largo como corto, pero si prefieres que use el diminutivo, lo usaré –cogió de nuevo la moto y siguió caminando.
-Gracias. Y oye, ¿eres inglés? –y volví a acelerar mi paso para alcanzarle.
-Soy de todas partes y de ninguna –dijo con un tono extraño y el viento me dio de cara.
El bosque de noche se me hacía eterno. Desde aquí no podía ver a nadie, solo sentirlo, y eso no me favorecía. ¿Sentirlo? No... Tampoco... François se había llevado el ámbar... A partir de ahora debía llevarlo yo siempre.
Me pegué más a Michael y le miré curiosa.
-¿Qué contenían las bolas que les he tirado a los... a los moteros?
Sonrió.
-Primero, conmigo puedes hablar de cualquier cosa. Sé mucho más de lo que tú sabes. Sé que eran licántropos y que uno de ellos era el que ha matado al amigo de tu amiga. Y segundo, la bola pesadas contenían una mezcla casera de acetano sódico y agua, que al entrar en contacto con algo caliente, como por ejemplo, la goma de un neumático de moto, se convierte en sólido; las bolas ligeras contenían un gas narcótico que nada más oler un poquito te duermen al instante. Por eso te dije que tuvieses cuidado de que no se rompiesen.
Me callé un poco intentando comprender todo lo que había dicho. ¿Cómo sabía lo de los licántropos?
-Entonces se han quedado pegados al suelo y luego se han dormido –concluí.
-Bueno... Eso no es exactamente así. Si el gas se respira en grandes cantidades es mortal. Así que los que hayan caído cerca de donde se han roto las bolas habrán muerto.
-Últimamente solo conozco a gente que quiere matar a otras personas.
-Eso no es del todo cierto... –se metió la mano en un bolsillo de dentro del abrigo y sacó una tarjeta-. Si necesitas cualquier cosa ahí tienes mi número de teléfono.
-¿Cualquier cosa tipo qué? –dije cogiéndola y guardándomela en la bandolera.
-Si tu amigo te oculta algo y quieres saberlo. Si te has metido en un lío y no tienes a nadie. Si estás triste y necesitas un hombro en el que llorar –me acarició el pelo con gesto cariñoso.
-Gracias de nuevo, Michael.
-No es nada, mujer.
Me había animado la noche. Bueno, al menos había hecho que no me secuestrasen y eso ya le otorgaba un voto de confianza. Al fondo se empezó a filtrar una luz aparte de la del faro de la de la moto. Corrí con cuidado de no caerme. Seguí unos pocos metros más y sonreí. Habíamos aparecido en la parte trasera de la casa de François. Mi François. Me giré y vi que Michael se había parado a observarme a la salida del bosque. Escuché abrirse el ventanal del salón, miré de nuevo a la casa y François se dirigió a nosotros corriendo como él lo hacía cuando estaba enfadado. Llegó a mí y me cogió de la cara, quizá en busca de alguna herida. No era mi François. Estaba asustado y preocupado por mí.
-¿Te ha hecho algo? –dijo a susurros.
-No. Solo me ha ayudado a salir del estadio y me ha traído a casa. François, no es una mala persona. No le hagas daño.
-Eso lo determinaré yo. Espera aquí un minuto, pequeña –me besó en la frente y se acercó a Michael. Lo seguí. No estaba segura de lo que sería capaz de hacer. Le miró a los ojos serio. No sé que buscaba pero seguramente estaba estudiando sus intenciones. Ya le había dicho que no era malo... ¿Por qué no confiaba en mí sin más? Pasaron un par de minutos hasta que fue François el que rompió esa agotadora tensión.
-Nos seguiste desde Toulouse.
¿Toulouse? Si no me fallaba la memoria eso estaba al sur de Francia, pero no sé a qué altura.
Michael cogió mi casco, lo guardó debajo de los asientos y le negó.
-Desde bastante antes.
-¿Por qué? –siguió con el interrogatorio improvisado.
La expresión de François no cambió, pero sabía que en el fondo se había sorprendido. Esa no era la respuesta que se esperaba. Lo había dejado confuso. Eso nunca le pasaba.
-Sabes quién soy –dijo mi gabacho amigo.
Michael se lo estaba tomando con calma. No le temía a François. Bueno, le llevaba unos diez años; no sería muy normal que le temiese.
-Te conozco desde que naciste en una casa en lo alto de los Alpes franceses, estando tu madre sola en medio de una nevada. De pequeño eras un niño solitario que  se iba a estudiar los distintos árboles y a estar tranquilo y solo. No te gustaba hablar con los niños de los pueblo. Cuando bajabas a comprar no hablabas con nadie y te volvías violento si te tocaba. No eras para nada sociable. Un día que llevabas pan recién hecho en las manos y volvías a casa te paraste al lado de la escuela a escuchar una clase de Química. Desde ese momento decidiste que querías estudiar. Años más tarde cuando tenías unos catorce, al volver a casa después de haberte pasado muchas horas en la biblioteca, encontraste a tu madre muerta y con signos de que la habían violado. Te echaste a temblar y lo único que se te ocurrió fue coger todo el dinero y huir. Vagaste por Francia sin saber donde ibas a parar. Encontraste a Celine que también estaba sola y decidisteis buscar un lugar donde vivir, pero ambos fuisteis marcados para siempre.
La parte trasera de la casa se había quedado en total silencio. Ni si quiera se oían a los grillos o a otros insectos. Todo tenía muy mala pinta. François miró a un lado y bajó la cabeza, con gesto de dolor. ¿Dónde se escondía el François que conocía?
-No lo he dicho para herirte –dijo Michael acercándose a nosotros.
-¡Entonces dime para qué! –rugió furioso. Vale, ese era mi chico.
-Para que comprendas que yo no soy el enemigo. Que el enemigo quizá esté más cerca de lo que te imaginas.
-¿Qué quieres decir?
-Eso te toca averiguarlo a ti –cogió su casco, se lo puso, levantó la visera  y me miró-. Cuídate mucho, Bibi. Ya sabes lo que hacer si necesitas algo. Nos vemos pronto –se bajó la visera, arrancó la moto y salió en paralelo al camino que tenía François para salir con el coche para meterse a continuación en este. Se conocía los alrededores al dedillo.
Miré a François y esta vez no pude saber que pensaba. Levantó la cabeza y me abrazó. Pobrecillo... Lo que le había dicho Michael le había hecho daño y le había devuelto todos los recuerdos en un momento. Este volvía a no ser mi François fuerte y valiente. Este era una versión vulnerable y frágil; una que necesitaba tiempo para recomponerse y ser de nuevo el original.
Me miró a los ojos y dijo suavemente, como una dulce melodía:
-¿Le apetece a la señora tomar pan recién hecho por el señor con aceite y sal?
-Me encantaría, pero lo que ahora necesito con urgencia es un poco de silencio y relax.
-Ve al salón mientras se termina de hornear, ¿vale?
Afirmé, me solté de su abrazo y fui despacio a la casa. Me había quedado sin fuerzas. Entré al salón y sonreí.
Me apoyé en el cristal y suspiré. El salón estaba totalmente a oscuras a excepción de unas velas en la mesa, otras encima de la chimenea y la propia chimenea encendida. Era relajante y cálido. La tarde se me había hecho eterna. ¿Pero cuánto tiempo había sido en total? Busqué por el salón algún reloj y solo había uno de péndulo que marcaba las nueve menos veinte. Habían pasado menos de cuatro horas que se habían hecho mortales para mí. Me senté en el sillón de Iván y acaricié la tela. Era cómodo y señorial. No hacía mucho conjunto con la casa, pero le daba un toque distinguido. Justo como eran aquí. Oí unos pasos deslizándose hacia mí y di por sentado que era François. Comprobé que así era cuando dijo:
-¿Estás muy cansada?
Me estiré y abrí los ojos. Tenía en las manos el plato con las rebanadas de pan que tanto necesitaba. Le cogí el plato.
-El fuego me relaja mucho. Cuando era pequeña e iba a casa de mis padrinos me quedaba todo el rato al lado de la chimenea. Me encantaba. Casi siempre me quedaba dormida apoyada en el sofá. Era muy placentero –le di un bocado a una de las rebanadas y la saboreé. Pan recién hecho... Me perdía ese sabor...
Se sentó en el brazo del sofá y me miró serio.
-He pasado tanto miedo sin saber de ti. Di por sentado que te habían secuestrado. Si te hubiera pasado algo malo no hubiera valido la pena que yo hubiese seguido existiendo.
-No digas eso –dejé el plato en una mesita que había a mi lado y le cogí de las manos-. Todos merecemos vivir.
-Unos más que otros... –susurró.
-Pues yo no pienso así –le sonreí-. A mí también me dolería mucho si te perdiese...
-Pero estamos bien, que es lo que importa –dijo con la intención de animarme.
-Sí... Oye... Dime que ha pasado en el estadio cuando yo no estaba.
-Cuando aún estaba peleando con el licántropo que le había arrebatado la vida a tu amigo vi como se te llevaban. Me sentía impotente pero o me defendía o me arrancaba la cabeza. Celine no hizo nada. Se quedó quieta nerviosa, sin saber cómo actuar. Le di una orden y la incumplió. Cuando me lo conseguí cargar subí a donde estaba Celine y le ordené que se llevase a Espe a su casa. En ese momento me tocaba borrar las pruebas. Volví a bajar y en pocos minutos rompí todas las cámaras de televisión que había grabando el partido que por suerte no eran muchas y drogué a los cámaras para que olvidasen lo que había ocurrido desde horas antes. Deberían despertarse más o menos a esta hora. Fui a Tribuna Preferente y subía a la zona de las cámaras de seguridad. Hice lo mismo y salí del estadio. Busqué alguna pista, algo que me dijese que estabas bien. Pero no encontré nada. Volví a casa destrozado. Durante un largo rato pensé que estabas... –y lo dejó en el aire.
No supe que más decirle. Los dos habíamos temido el uno por el otro. Estábamos unidos y no los sabíamos hasta ese momento, hasta que le vimos las orejas al lobo, literal y metafóricamente hablando.
-Tú y Celine no sois hermanos, ¿no?
-No, pero nosotros nos llamamos hermanos porque llevamos un tiempo juntos y nos tenemos que aguantar.
Me asusté un poco.
-¿Juntos? ¿En qué sentido?
Sonrió y me abrazó.
-Juntos por el mismo camino y protegiéndonos como si fuésemos hermanos de sangre.
Me alivió saber que no era otro tipo de “juntos”.
Oímos como se abría y cerraba la puerta principal. Nos giramos y nos levantamos casi al mismo tiempo. Iván apareció en el salón con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Cómo estáis, chicos? –dijo quitándose el abrigo y dejándolo en el sillón donde estaba sentada anteriormente.
-Bi... Bien... –dije acercándome de nuevo a mi plato y siguiendo con mi ligera cena.
-¿Eso es cierto, François? –le preguntó para corroborar mi respuesta.
-Está todo bajo control.
Iván se apoyó al lado de la chimenea y me miró mientras cenaba. Me ponía muy nerviosa que hiciesen eso. Me estresaba y me quitaba las ganas de comer. Cuando terminé me quitó el plato y lo dejó en la mesa.
-Tengo algo para ti, Bibi –se acercó al abrigo, sacó una carpeta y me la entregó-. Toma.
-¿Qué es? –dije observando la carpeta, sin que me diese ninguna pista.
-Ábrela y saldrás de dudas.
Y así lo hice. Nada más leí el título del primer folio me quedé sin aliento. No me lo podía creer.
-Bibi, ¿qué ocurre? –me preguntó François sin leer el documento.
-Es mi certificado de adopción...
François miró serio a Iván, mientras este último le sonreía.
-¿Por qué? –le pregunté a Iván.
-Porque así ya nadie te podrá arrebatar de nuestro lado. Pase lo que pase, tú serás mi responsabilidad.
Miré a François que aún miraba de forma dura a Iván. Entonces lo comprendí.
-François y Celine también son tu responsabilidad, ¿verdad? También los adoptaste.
-Sí. Ellos dos se conocían pero lo estaban pasando muy mal, así que decidí darles una nueva vida a mi lado.
Miré al suelo muy confusa y sin poder asimilarlo. Le entregué la carpeta a Iván y cogí de la mano a François, tirando un poco de ella.
-¿Quieres que subamos a arriba y descansamos un rato? –le dije flojito, deseando tener una cama cerca.
-Sí, por favor...
-Vamos –tiré de él hacia las escaleras hasta que caminó con normalidad.
Cuando llegamos a arriba todo estaba oscuro. Hasta que no hubiese electricidad en aquella casa, seguiría pareciéndome siniestra.
-Aguarda –dijo metiéndose en mi habitación. Desde fuera observé que estaba encendiendo unas velas en el buró y otra en la mesilla. Era cálido ver poca luz que crease un ambienta agradable. Cuando ya estaba la habitación iluminada pasé y dejé la bandolera y mi chaqueta en una silla que había juntó al buró. François se sentó en la cama y me miró con los ojos llenos de tristeza.
-Cielo, ¿qué te pasa? –dije arrodillándome a su lado.
-Ahora tú eres mi hermana...
-¿Y qué? Sabes que en parte eso no es verdad. Solo son unos papeles.
-Pero unos papeles que nos hacen hermanos... –apoyó su cabeza sobre la mía y me besó en el pelo-. Tienes razón. Solo es un certificado.
Me senté a su lado y le abracé.
-No te preocupes más. Quiero verte animado y descansado para poder enfrentarnos a lo que pase mañana.
-Así lo haré –se sacó el ámbar del pantalón-. He pensando que voy a hacerte un regalo en compensación por todo el día de hoy.
-¿Cuál? –pregunté curiosa.
-Solo te diré que tiene relación con el ámbar.
-Quiero más pistas... –dije poniéndole ojitos de cordero degollado.
-Mañana lo verás –se separó, fue a mi montón de ropa y sacó un pijama, concretamente uno blanco de felpa-. Duerme, por favor. Mañana volveremos tarde a casa de la escuela.
-¿Vamos a ir de compras? Necesito una barra para el armario, que se me va a arrugar la ropa...
-Sí. Comeremos en algún restaurante de los centros comerciales para no tener que volver a aquí.
-Yo con ir a Burguer King me... –me pilló de improvisto que me besara sin dejarme terminar la frase.
-Un... solo... comentario... respecto al dinero... y me enfado... mucho... Tu piges?
Afirmé lentamente mientras se iba retirando. Se sentó a mi lado y empezó a quitarme las vendas de las manos. Ya casi no se dolían pero no me fiaba de que se me infectasen las heridas.
-Espera, ¿qué haces?
Al terminar se acercó a la mesilla y sacó un bote de cristal con una crema blanca un tanto verdosa.
-¿Qué es eso? –pregunté con un poco de asco.
Sonrió, abrió el tarro y me extendió un poco de la crema por las heridas.
-Es aloe vera natural, de fabricación propia.
-¿Y qué no sabes hacer tú?
No moví las manos ni un milímetro. Era muy placentero que me curase con tanta delicadeza tanto que me estaba quedando dormida sentada en la cama.
Ni siquiera supe si había dado una cabezada cuando terminó y se limpió las manos en el pañuelo que portaba siempre en  los pantalones. Le miré y me miró enfurruñado, aunque por mi estado de sueño no supe si fingía.
-Cámbiate y duerme o me enfadaré de verdad.
Resoplé y, no sé si por mi poca cordura en aquellos momentos, empecé a cambiarme delante de él. No decía nada, solo estudiaba mis movimientos. Al terminar le miré agotada y le pregunté con la voz algo tomada:
-¿Te vas a quedar conmigo a dormir?
-No, tengo unas cuantas cosas que hacer esta noche.
-Vale... –me sentía como un zombi, como si el cuerpo no fuese mío. Me acerqué de nuevo al montón de las cosas de mi habitación y rebusqué. ¿Dónde estaba...? Aquí... Sonreí y cogí el osito de peluche negro de patas rojas que me había regalado el día que conocí a François. Se lo enseñé-. Es tu sustituto.
Se bajó a la altura del peluche y  le dijo:
-Cuídala igual que lo haría yo.
Sonreí de nuevo y le abracé fuerte.
-Gracias por cuidarme...
-Es un placer cuidar a la chica más especial del mundo –destapó la cama e hizo una reverencia para que me acostara.
Y así lo hice. Sin soltar el peluche me acurruqué entre las sábanas y le miré.
-François, yo... yo... –se sentó a mi lado y me acarició la cara-. Buenas noches...
Sonrió divertido.
-Los dos sabemos que no querías decir eso, pero no te pienso forzar a nada –se levantó y me besó en la mejilla. Fue al buró, apagó las velas y volvió a mi lado-. Buenas noche a ti también, mi niña preciosa... –y apagó la vela de la mesilla. Lo último que pude ver fue su sombra en el pasillo reflejada por la luz de la Luna... Era tan precioso...